jueves, 3 de marzo de 2016

Juan de Mesa


 Juan de Mesa está considerado como uno de los representantes más importantes del realismo sevillano.

Juan de Mesa y Velasco nació en 1583 en Córdoba. Fue uno de los escultores más relevantes del barroco andaluz.

En el año 1606 se traslada a Sevilla, e ingresa en junio en el taller del afamado imaginero Juan Martínez Montañés, donde realiza o completa su formación, firmando un contrato de formación por cuatro años el 7 de noviembre de 1607 (en el que se declaraba huérfano)[1], y de quien se convertiría en su yerno al contraer matrimonio en 1613 con su hija María de Flores.

Se estableció en su propio taller en 1615 que monta en la collación de San Martín. En la metrópolis hispalense crea lo mejor de su valiosa producción artística

Pertenece a la primera generación de discípulos de Martínez Montañés. Ingresó en su taller de Sevilla a los veintitrés años, llegando, incluso, a superar al maestro. Quizás ésta sea la causa por la que su nombre permaneció durante tres siglos oculto a la historia y sus obras hayan sido atribuidas a Martínez Montañés.

En la actualidad, Juan de Mesa está considerado como uno de los representantes más importantes del realismo sevillano. Se dedicó casi en exclusividad a las imágenes procesionales, realizando numerosos estudios anatómicos de figuras humanas reales, vivas y muertas, para luego plasmarlas en sus obras con gran realismo. Ésta fue su gran aportación.

Su producción se sitúa dentro de la estética barroca. Sus desnudos revelan un gran conocimiento de la anatomía humana, los rostros de sus figuras reflejan una intensa vida interior y los ropajes de sus personajes crean intensos contrastes de luz.

Destaca la serie de crucificados que realizó a partir de los modelos de Montañés. En ellos refleja distintos momentos de la Crucifixión, donde expresa con gran dramatismo el proceso y la muerte de Jesús. En algunas ocasiones Jesús aparece vivo, en otras, muerto. Suele representarlos con tres clavos y de un tamaño mayor que el natural. Capta a la perfección la anatomía del cuerpo, pudiéndose apreciar la tensión de los músculos, los tendones y las venas y la expresividad del rostro. Sobresalen el Cristo del Amor y el Cristo de la buena muerte (1620) como ejemplos de la representación de Cristo muerto, mientras que los de la Conversión del Buen Ladrón (1619) y el Cristo de la agonía (1622) lo muestran aún vivo.

Cristo de la Buena Muerte

Es una escultura en madera policromada. Presenta un estudio realista de la anatomía y transmite dulzura y suavidad. Aparece sin la característica corona de espinas de los crucificados de Mesa.

Jesús del Gran Poder

Es una de sus obras más conocidas. Fue realizado en 1620 para la cofradía del Traspaso de Sevilla. La talla muestra la influencia del Jesús de la Pasión de Montañés, pero Mesa ofrece una versión de mayor dramatismo y expresividad, conseguida gracias a las huellas del sufrimiento del rostro y de la curvatura de la espalda.

Elaboró imágenes de Yacentes, como la del Santo Entierro sevillano y la que forma grupo con la Virgen de las Angustias de Córdoba, en las que se centra en transmitir el dolor de la Madre.

También esculpió imágenes de la Virgen, con y sin el Niño, como La Inmaculada Carmelitana del convento de las Teresas de Sevilla, la Virgen del Hospital de Antezana de Alcalá de Henares y la Virgen de las Cuevas. Entre los temas de santos destacan el San José con el Niño de Fuentes de Andalucía, San Juan Bautista, San Ramón Nonnato o los santos jesuitas del Puerto de Santa María.

Juan de Mesa falleció muy joven, a la edad de cuarenta y cuatro años, a causa de una tuberculosis, por lo que su carrera artística, de estilo elegante, realista y lleno de expresividad, quedó interrumpido

Juan de Mesa se inicia como imaginero en 1615 con la escultura de San José con el Niño, obra concertada con fray Alonso de la Concepción para realizar en blanco -sin estofar ni encarnar-, pues su policromía corresponde a una actuación posterior del siglo XVIII, para la Iglesia de Santa María la Blanca (Fuentes de Andalucía).

Después de algunas obras menores, comienza y se consolida su etapa más importante como gran imaginero, que va de 1618 a 1623.

La serie se inicia con el Cristo del Amor, el primero de un total de diez crucificados que llegó a realizar; fue iniciado en mayo de 1618 y terminado en junio de 1620. Es una imagen de 1,81 m. de alto realizada para la Hermandad del mismo nombre que radica en la iglesia del Salvador de Sevilla. Se contrató haciendo constar en escritura notarial que la haría "Por mi persona sin que en ella pueda entrar oficial alguno…".

Del año 1618 es el retablo del altar mayor del Hospital de San Bernardo, denominado popularmente De los Viejos, hoy desaparecido; y del año siguiente la imagen del Cristo del Buen Ladrón de la Cofradía de la Conversión del Buen Ladrón, más conocida como Monserrat, de la capilla homónima, también de Sevilla, obra de cierto barroquismo con el que comienza sus creaciones de carácter realista. Con 1,92 m. de altura, en este Cristo se aparta de la obra de su maestro Martínez Montañés, aumentando aquí el claroscuro y acentuando una mayor fuerza pasional.

De 1620 es el Cristo de la Buena Muerte, creado para una Hermandad de Sacerdotes ubicada en la Casa Profesa de la Compañía de Jesús en la iglesia de la Anunciación y que actualmente es titular de la Hermandad de los Estudiantes, que radica en la capilla de la Universidad de Sevilla, sita en la calle San Fernando.

En ese mismo año, 1620, Mesa realiza una de sus obras más conocida, el Jesús del Gran Poder, una imagen de Jesús con la cruz a cuestas, para la sevillana Hermandad del Gran Poder, hoy convertido en símbolo de la ciudad. Obra de un marcado barroquismo, consigue reflejar las secuelas del sufrimiento humano en un rostro que aparece como envejecido por los daños soportados. También realizó sobre misma fecha la imagen del San Juan Evangelista para la misma Hermandad; ambas imágenes de vestir se veneran en la Basílica del Gran Poder, junto a la iglesia de San Lorenzo.

Otra de sus obras más significativas se encuentra en La Rambla (Córdoba), conocida como Jesús El Nazareno (1622). Se trata de una talla de 1,92 m., donde se representa a Jesús con la cruz a cuestas, a punto de caer. Es una escultura exenta con una perfección técnica muy notoria. Desde su llegada a La Rambla en el año 1622 permanece en la iglesia del Espíritu Santo.

En 1622 recibió el encargo del bergarés Juan Pérez de Irazábal, contador del rey, para esculpir un crucificado, la obra del Santo Cristo de la Agonía, que se conserva en la iglesia parroquial de San Pedro de Ariznoa en Vergara (Guipúzcoa), que constituye según el profesor Hernández Díaz, una de las obras más destacadas del escultor.

En 1623 realiza el Cristo de la Clemencia para el convento de Santa Isabel en Sevilla y también, por encargo del canónigo Diego de Fontiveros, otro crucificado conocido como Cristo de la Misericordia, destinado a la Colegiata de Osuna.

En 1624 realiza un Cristo crucificado para la Compañía de Jesús, que se encuentra en la iglesia de San Pedro de Lima, así como otro Crucificado para la hermandad de Vera Cruz de Las Cabezas de San Juan, considerado en principio talla anónima; se sabe de su autor gracias a un pergamino guardado en un pequeño cofre a la espalda de la imagen.

De sus últimos años (hacia 1626-1627) es el San Ramón Nonnato que realizara para el convento de la Merced Descalza de Sevilla, conservado actualmente en el Museo de Bellas Artes de la ciudad. Y ya del año mismo de su muerte, 1627, es el grupo que realizó para la iglesia de san Agustín de Córdoba, conocido como Virgen de las Angustias.

Otras obras de Juan de Mesa, algunas de ellas atribuidas, son:

    - Cristo Yacente de la Hermandad del Santo Entierro, que se venera en la iglesia de San Gregorio de Sevilla.
    - Virgen del Valle de la hermandad del mismo nombre que reside en la iglesia de la Anunciación de Sevilla.
    - Virgen de la Victoria, cotitular de la Hermandad de las Cigarreras de Sevilla.
    - Cristo de la Veracruz, en Las Cabezas de San Juan, Sevilla. Esta imagen se venera en la iglesia de San Juan Bautista.
    - Cristo crucificado, en el presbiterio de la Catedral de la Almudena, Madrid. Proviene de la Colegiata de san Isidro de la misma ciudad.
    - San Nicolás de Tolentino en penitencia. Museo Nacional de Escultura, Valladolid.
    - Nuestra Señora de las Angustias Coronada. Obra datada y firmada,contratada por el padre provincial de los padres agustinos fray Pedro Suárez de Góngora. Cobrada a cuenta 500 reales sobre el precio de tasación final, le quedaban tres días de trabajo, como escribió en su testamento, y quedó inconclusa a su muerte.

Muchas de sus esculturas fueron atribuidas durante mucho tiempo a su maestro, Martínez Montañés. El trabajo de Juan de Mesa parece dedicado casi en exclusividad a las imágenes que procesionan en Semana Santa. El realismo de su obra responde a un proceso en el que hizo estudios y observaciones de figuras humanas reales vivas y muertas, que le permitieron aprender a plasmar estas anatomías en sus obras de forma realista, con una sensibilidad que le acerca a la imaginería castellana, más dada al dramatismo.

Sus imágenes de santos, como el San Juan procedente de la Cartuja de las Cuevas (1624) o el San Ramón de los Mercedarios de Señor San José (1626), ambos en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, mantienen personales características a lo largo de su carrera. Y ello a pesar de que ésta no se produce mediante un recorrido lineal y uniforme, sino dividida en ciclos de febril actividad separados por periodos de silencio, como muy bien observó Hernández Díaz. Algunos atribuyen las fases de inactividad a crisis repetidas de una enfermedad crónica que le atenazó hasta desembocar en una muerte relativamente temprana.

El realismo es la otra gran aportación de la estética de Juan de Mesa. El padre Ceballos lo ha destacado con agudeza al comentar las figuras de los santos jesuitas Diego Kisai, Juan de Goto y Pablo Miki, procedentes de la Casa Profesa. Realizadas en 1627 para celebrar la beatificación de estos mártires japoneses, Mesa se inspiró en personas reales, consiguiendo tres espléndidos retratos, especialmente el del último.