domingo, 20 de diciembre de 2015

Alejandro Sawa


 “Jamás hombre más nacido para el placer, fue al dolor más derecho”.

Alejandro Sawa Martínez, nació en Sevilla el 15 de marzo de 1862 en la calle San Pedro Mártir número 26, una calle singularmente literaria, ya que en ella nacieron tres escritores: el propio Sawa, Manuel Machado y Rafael de León. Falleció en Madrid en 1.909.

Escritor y periodista bohemio, Sawa nació en el seno de una familia de comerciantes de origen griego, que importaban vinos y productos ultramarinos de toda clase procedentes de Esmirna.

Siendo joven sintió una profunda vocación religiosa, ingresando en el seminario de Málaga, aunque más tarde sus primitivas convicciones se fueron transformando en anticlericales.

Muy pronto demuestra inquietudes literarias, pues con tan solo 15 años de edad funda una fugaz publicación, “Ecos de Juventud”, que era una revista semanal de Literatura, Ciencias y Arte.

En 1.877 se trasladó a Granada para estudiar Derecho, marchando a Madrid en 1.885 con la ilusión de abrirse camino en los ámbitos periodísticos y donde comenzó a vivir en una situación de pobreza y bohemia, a pesar de haber recibido el apoyo de algunas figuras del mundillo literario madrileño, como Pedro Antonio de Alarcón, Ramón de Campoamor y José Zorrilla.

En 1.889 viaja a París atraído por la rutilante vida artística de la ciudad francesa. Trabajó para la editorial Garnier, editando un diccionario enciclopédico. Tradujo a los hermanos Goncourt y en este periodo tuvo ocasión de entablar amistad con los principales literatos franceses del “Parnasianismo” y del “Simbolismo”, aunque Alejandro era un entusiasta lector de las obras románticas de Víctor Hugo.

Vivió entonces la etapa más feliz de su existencia. Se casó con una francesa, Jeanne Poirier, y de este matrimonio tuvieron una hija llamada Helena Rosa en 1.892, que significó para él una experiencia sentimental tan profunda que le hizo brotar hondos sentimientos de ternura.

Desgraciadamente, en esos días aparecen sus primeros problemas de salud y dificultades económicas, que se ven aumentadas cuando se lanza a la arriesgada aventura de tentar la suerte en los casinos, quedando aún más endeudado y, al final, totalmente arruinado.

En 1.896 regresó a España gracias a la ayuda de su hermano Miguel, trabajando intensamente en el periodismo. En Madrid fue redactor de El Motín, El Globo y La Correspondencia de España, y colaboró en ABC, Madrid Cómico, Alma Española, España y otros periódicos, al mismo tiempo que desarrollaba una fecunda labor literaria.

No obstante, Sawa continúa haciendo en Madrid su vida bohemia de siempre, frecuentando las tertulias de Valle – Inclán en el Café Madrid con su variopinta gente de teatro y mujeres de dudosa reputación, o se reúne en el Café Universal con Antonio Machado.

Su salud cada día se resiente más y su economía es ruinosa, viéndose obligado a vender sus muebles y sus libros después de haber perdido algunos objetos de valor en una casa de empeños.

La influencia naturalista de Zola, que había empezado a influir en España, dominó sus novelas, entre las que habría que destacar La mujer de todo el mundo (1.885), Crimen Legal (1.886), Declaración de un vencido (1.887), Noche (1.889), La sima de Iguzquiza 1.888), Un criadero de curas (1.888) y su obra cumbre, Iluminaciones en la sombra, que presenta un tinte modernista, publicada después de su muerte y que fue prologada por Rubén Darío, el amigo infiel que lo traicionó, aprovechándose de su desesperada situación económica, utilizándolo como “negro” y firmando unos artículos para el diario La Nación de Buenos Aires, publicados en 1.905 y que el nicaragüense nunca le abonó.

Sawa abordó en sus novelas problemas sociales, como la independencia de la mujer, la libertad sexual, el aborto, el matrimonio civil, el clero y hasta la locura.

El derrumbamiento físico y moral de Sawa fue progresivo. En 1.906 pierde la vista, sin que se sepa exactamente el motivo, llegando a escribir: “Yo no hubiera querido nacer; pero me es insoportable morir”.

Falleció ciego y con la razón trastornada, hundido en la miseria en su humilde casa de la calle del Conde Duque número 7 de Madrid, donde se puede leer una placa en la fachada que dice: “Al rey de los bohemios, Alejandro Sawa, a quien Valle – Inclán retrató en los espejos cóncavos de “Luces de Bohemia” como Max Estrella, que murió el 3 de marzo de 1.909, en el guardillón con ventano angosto de este caserío del Madrid, absurdo, brillante y hambriento”.

Leopoldo de Trazegnies, el poeta peruano residente en Sevilla, dice sobre él:

“Al escritor le suele temblar el pulso o equivocar la tecla por temor a crear un personaje más inteligente o más sensible que él. Un personaje así creado acarrearía la negación de su Creador, sería Hera pariendo a Cronos. Es lo que le ocurrió a Cervantes que se convirtió en un personaje secundario de su propia novela. A Alejandro Sawa le ocurrió algo aún peor: se convirtió en el personaje extravagante de una novela de otro.

En la ficción, lo sensato es crear espíritus pródigos con mayor carga humana que los reales. Valle-Inclán tuvo la suerte de que le ocurriera lo contrario: se encontró con un organismo real de una humanidad sin límites en los ambientes nocturnos de Madrid y le resultó fácil modelarlo como un espíritu esperpéntico. Sawa se hallaba de vuelta de su bohemia parisina, era un ser que aún llevaba una borrasca de alcohol en el estómago, un globo desinflado en los pulmones, un sexo pertinaz, unos ojos crepusculares de poeta desengañado y un irónico acento francés con el que relataba el beso que le diera Víctor Hugo, leyenda muy de la época bohemia que seguramente lanzó el propio Sawa pero que a la postre terminó molestándole. Era un epicúreo urbano, de vitalidad menguada, pero que había logrado lo más difícil para un bohemio: transmutar los añicos de sus ilusiones en estrellas. El escritor gallego de las luengas barbas aprovechó tan rico material biológico para convertirlo en el Max Estrella de su Luces de Bohemia.

Los personajes literarios nos sugieren sentimientos, los personajes reales los sufren. Las anécdotas de la bohemia nos pueden hasta divertir y cuanto mayor sea el desprendimiento del bohemio por lo material mayor será nuestro placer en la lectura, pero eso tiene un elevado coste en soledad, pobreza, angustia y dolor. Lo sabía Sawa, pero parecía no importarle.

Alejandro Sawa había venido al mundo a la búsqueda de la felicidad sin más equipaje que la literatura, pero la existencia lo fue arrinconando, despojándolo, dejándolo sobrevivir sólo entre sus textos, acompañado por las sombras de una mujer y una hija que no llegaron nunca a plasmar su amor en los actos más cotidianos de una familia. Porque Sawa no dejó nunca de vivir de forma extraordinaria”.

Manuel Machado le dedicó el siguiente epitafio: “Jamás hombre más nacido para el placer, fue al dolor más derecho”.

Alejandro Sawa fue un hombre con talento, pero sin suerte. Sus restos fueron depositados en una tumba de alquiler y luego trasladados a una fosa común por falta de pago.

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