martes, 16 de diciembre de 2014

Rafael de Cózar. Cronopoética



Traemos a este espacio a Rafael de Cózar como homenaje a su figura humana y literaria.

Rafael de Cozar. (Tetuán, Marruecos, 1951, Bormujos 2014) poeta, pintor y narrador. Catedrático de Literatura Española de la Universidad de Sevilla. Entre 1982 y 2002 fue Presidente de la Sección Andaluza de la Asociación Colegial de Escritores de España. Premio extraordinario de doctorado (l985) y Premio “Ciudad de Sevilla” (l986) con la obra titulada Poesía e imagen (1992), Premio Vargas Llosa de Novela (1996) con El corazón de los trapos. Entre otras obras destacan: El Motín de la Residencia, Bocetos de los sueños, Entre Chinatown y River Side, Ojos de uva, Con-cierto visual sentido, Piel Iluminada y Los huecos de la memoria. Ha publicado estudios en torno a autores y temas del siglo XX, especialmente de la vanguardia, trabajos algunos de ellos recopilados en la obra Vanguardia o tradición (2005). Miembro asesor del Centro Andaluz de las Letras y colaborador habitual en el programa El Público, de Canal Sur radio.


Cronopoética,  es un repaso vital y social a lo largo de la última mitad del siglo
Ilustrado con dibujos del autor, el poemario entremezcla reflexiones, experiencias y gran parte de los referentes e iconografía de la segunda mitad del siglo XX: desde personajes históricos a mitos del mundo del cine y de la música, modas como los pantalones de campana, Perpiñán... todo, en una hilera de acontecimientos que terminan en 2001
La propuesta que desarrolla en Cronopoética requería, según el propio Rafael, "ir a la esencia sin que fuera una narración, pero en un texto que estuviera elaborado con soltura, que no se hiciera pesado. Por eso cito, por ejemplo, a referencias comunes para todos, como Sharon Stone o la madre Teresa... El libro ha tenido ya reseñas en México y en Cuba, tal vez porque realmente es muy raro encontrar un libro de un solo poema".

Al tomar perspectiva, es inevitable llegar a conclusiones, aunque el epígrafe de Balance provisional que encabeza el poemario matice los absolutos: "Se plasma cómo la vida se ve al principio con esperanza y luego, de repente, llega un día en el que uno se da cuenta de que lo que ha andado es mucho más de lo que le queda por andar –continua el autor -. Pero, por eso mismo, este es aún un balance provisional: el definitivo tardaré todavía en hacerlo", como explica al final de este poemario:


Ahora entramos de lleno en octubre               
                    y aún me quedan
varias horas y nubes y tormentas
               y tal vez puestas de sol    
        y    tal,   y  tal,     y tal…
que en este escrito, también provisional,
algún día completará, sin duda,
mi personal historia, 
                     allá en diciembre,
                              en un  balance final   definitivo.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Joaquín Arbibe. Plaza del Duque


JOAQUIN ARBIDE. (1941). Cursa Filosofía y Letras en la Universidad de Sevilla. Trabaja a lo largo de su vida en los distintos medios de comunicación. Periodista y escritor. Hace teatro dirigiendo “Tabanque”. Radio en “La Voz del Guadalquivir”, “Radio 80”, “Radio Andalucía” y “Radio Lebrija”. Cine y televisión en “Canal Sur” y “Giralda tv”. Prensa en “Pueblo”, “Diario Sevilla”, “Diario Sur-Oeste”, “Informaciones de Andalucía”, “Tierras del Sur” y “Torneo”.
Está en posesión de un premio Nacional de Teatro, así como de guión, adaptación musical, interpretación y dirección en cine.
Desde el año 2000 se dedica a la literatura, habiendo publicado desde entonces un total de dieciséis títulos, entre los que caben destacar, Sevilla en los 60, La leyenda de Joaquín Romero Murube, Sevilla en los bares, Los años moros, Sevilla en la retina, Prohibido suicidarse en primavera y Divagando por el Museo de Sevilla.

Plaza del Duque. La Plaza del Duque de Sevilla tuvo siempre un tufillo a “La colmena” de Cela. Fue el epicentro de la ciudad en muchos sentidos y durante mucho tiempo.
En este libro se habla de la Plaza y su historia, desde luego, pero sobre todo y por encima  de eso, se habla de tantísimos sevillanos para quienes este ámbito del Duque y su entorno fueron, en muchos momentos, el escenario de sus vidas.
La Plaza del Duque fue el cuadrilátero donde se produjeron los grandes cambios que sufrió la Sevilla de finales de los 60 y comienzos de los 70: cambios en costumbres, economía, política, cultura…
La Comisaría de La Gavidia, el primer Parlamento de Andalucía, los Sindicatos verticales, una emisora de radio, un periódico, la Cámara Oficial Sindical Agraria, los primeros grandes almacenes, cafeterías, hoteles, salas de fiestas, teatro, nudo de comunicaciones, lugar de cita y tertulias, manifestaciones y alteraciones del orden público, policía a caballo, un entorno con grandes teatros y cines. Una vida sin límites entre el día y la noche…
Un viejo periodista, ya en sus años de jubilación, acude diariamente a la Plaza para recordar, junto a amigos y conocidos, aquellos años tan maravillosos como difíciles. A través de conversaciones, entrevistas y tertulias, se irán reconstruyendo multitud de acontecimientos que afectaron al transcurso de la vida de la ciudad.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Joaquín Romero Murube




Joaquín Romero Murube. (Los Palacios y Villafranca, 1904 - Sevilla, 1969) Escritor español. Este poeta, en el que destacan las raíces andaluzas, fue director de los Reales Alcázares de Sevilla. Inicialmente, su producción se insertó en las corrientes modernista y clasicista (Prosarios, 1924; Canción del amante andaluz, 1941), para derivar más tarde hacia tendencias arabizantes (Kasida del olvido, 1945; Tierra y canción, 1948). Fue también un fino y elegante prosista: Sevilla en los labios (1938) y Discurso de la mentira (1943).

De familia acomodada, su padre, Rafael Romero, era presidente de la Diputación de Sevilla y de la Sociedad Económica de Amigos del País. Pasó su niñez en cortijos y fincas familiares antes de trasladarse a Sevilla para estudiar el bachillerato con los jesuitas. Admirador de José María Izquierdo y del resto de redactores de la revista Bética (1913-1917), pronto frecuentó el Ateneo hispalense y en 1920 comenzó los estudios de derecho en la Universidad de Sevilla.

De 1923 y 1925 datan, respectivamente, sus tempranas novelas cortas La tristeza del Conde Laurel y Hermanita Amapola, publicadas en la colección “La novela del día”, dirigida por su amigo Miguel Romero Martínez. En 1924 apareció Prosarios, su primer y aún modernista libro de prosa poética, donde, junto a la influencia de los ismos contemporáneos, se aprecia cierto clasicismo formal y, sobre todo, una marcada presencia de Eugenio D’Ors. En junio de 1926 fundó la revista Mediodía, de la que fue redactor jefe y uno de sus más asiduos colaboradores. En estas coordenadas generacionales se inscribe plenamente su siguiente libro, Sombra apasionada (1929), compilación de su labor creadora de 1925 a 1927 en la que se combinan el verso y una prosa intuitiva con resonancias de Gabriel Miró, a quien iba dedicado el volumen.

Desde 1934 desempeñó la función de director conservador de los Reales Alcázares de Sevilla, cargo en el que fue confirmado en 1943 y que ocupó hasta su muerte. Convertido en un referente fundamental de la vida cultural sevillana, en 1935 organizó una lectura del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías de Federico García Lorca, a cuya trágica muerte aludió en su libro Siete romances (1937), uno de los dos que publicó durante la Guerra Civil (1936-1939); en el prólogo al segundo, Sevilla en los labios (1938), declaraba su rechazo al localismo en pro de una “Sevilla universal”, detenida en el tiempo.

Discurso de la mentira (1943) fue el primero de un buen número de libros de posguerra desviados hacia la vertiente poética, evocadores de cosas y tiempos pasados a través de una nostalgia sevillana que recuerda al Bécquer de las Leyendas: Ya es tarde (1948), Memoriales y divagaciones (1950), Pueblo lejano (1950) y Los cielos que perdimos (1959). En cuanto al verso, a partir de Canción del amante andaluz (1941) afianzó su clasicismo formal, anticipándose a la renovación del grupo de la revista Garcilaso y, al mismo tiempo, profundizando en su andalucismo hasta el punto de emplear la estructura de la qasida y el zéjel arábigo-andaluces en Kasida del olvido (1945) y en Tierra y canción (1948).

Sus últimos años los dedicó por entero a la literatura y al embellecimiento de los jardines del Alcázar, donde apadrinó tertulias y vivió rodeado de una corte de refinados poetas e intelectuales. En 1964 recibió el Premio Ciudad de Sevilla por la biografía del caballero Francisco de Bruna y Ahumada, personaje que ya había sido objeto de su discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría (1941).

viernes, 31 de octubre de 2014

Antonio Susillo




Antonio Susillo Fernández (Sevilla, 1.855 – Sevilla, 1.896)
, nació en una casa de la Alameda de Hércules, entre las calles Relator y Peral. Hijo de comerciantes, Susillo poco interés sentía hacia los asuntos comerciales. Sin embargo, desde pequeño tuvo una especial inclinación hacia la escultura, pues sin que nadie le enseñara, modelaba figuras con barro que cogía del suelo a la puerta de su casa y solía acudir con frecuencia a ver cómo se desarrollaba el trabajo en una alfarería próxima a su domicilio.

Según cuenta la leyenda, estas pequeñas figurillas de barro llamaron la atención de la Duquesa de Montpensier que vio al muchacho realizándolas en plena calle. Asombrada por la valía del pequeño escultor, lo tomó bajo su tutela y le costeó sus primeros estudios.

Lo que parece más verosímil, no obstante, es que su talento artístico fue descubierto casualmente por el pintor José de la Vega Marrugal (1.827 – 1.896). A José de la Vega le llegaron noticias de que un joven de 18 años, sabía modelar figuras de barro; esto le llamó poderosamente la atención y quiso conocerlo. Al comprobar el talento del joven Susillo, le ofreció su estudio de pintor para componer sus figuras y convertirse en su maestro, enseñándole dibujo al natural, tratamiento del color y composición.

Posteriormente Antonio Susillo desarrolló y perfeccionó sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de París, y en Roma con una beca que le concedió el Ministerio de Fomento para la ampliación de sus estudios.

A su vuelta a Sevilla ya era un escultor de éxito que incluso había trabajado para el Zar Nicolás II, que mandó al príncipe Romualdo Giedroky en busca del afamado escultor para que realizara su retrato. Tanto gustó la obra de Susillo a Nicolás II que éste alquiló un taller en París para que Susillo pudiera desarrollar el encargo que le había realizado.

El Ayuntamiento de Sevilla fue su principal cliente en cuanto a monumentos públicos. De hecho, Susillo fue el primero en cultivar este género escultórico en la ciudad y a decir verdad, dejó el listón tan alto que pocos le han superado. Sólo hay que comparar sus obras con las que se levantan hoy en día en la ciudad para ver que, en la segunda mitad del siglo XIX, Susillo consiguió una calidad y una modernidad, que los escultores de hoy en día no tienen. Se le encargó la escultura de Velázquez que centra la Plaza del Duque (en aquel momento la plaza estaba rodeadada por palacios, un decorado mucho más monumental que el actual); la escultura de Daoiz que ocupa la Plaza de la Gavidia y el maravilloso Cristo de las Mieles, ubicado en la glorieta central del Cementerio de San Fernando y bajo cuyos pies reposan los restos del insigne escultor.

La infanta Maria Luisa de Montpensier volvió a cruzarse en el camino del artista encargándole en 1895 la serie de doce sevillanos ilustres que decoran la fachada este del palacio de San Telmo, entonces residencia de los duques. De las obras de Susillo que se conservan fuera de Sevilla hay que destacar el monumento a Cristóbal Colón en Valladolid.

La obra de Susillo destaca por su realismo y por el movimiento y la fuerza que imprime a sus esculturas. Influenciado por la escultura que se realizaba en aquel momento en París, Susillo concibe sus obras como monumento a la grandiosidad de los personajes representados. Pero no busca una grandiosidad irreal o artificial, sino que refleja la grandeza de su espíritu, apelando a la fuerza interior de cada personaje. Así, podemos ver como el retrato de Miguel Mañara que decora los Jardines de la Caridad refleja la humanidad y bondad del personaje, pero también a un hombre decidido y convencido de sus ideales, que dio su vida por los pobres y los necesitados. A Velázquez lo representa como a un genio, orgulloso de sí mismo pero consciente de sus limitaciones, por eso lo representa altivo, pero con gesto sereno, sabedor de su valía pero también de sus limitaciones como hombre. A Daoiz lo representa como a un héroe, orgulloso, pero con las idea claras, rostro sereno pero demostrando su fortaleza interior. Su Cristo de las Mieles es sencillamente magnífico, refleja al hombre que dio su vida por toda la Humanidad, pero antes que a un dios, representa a un hombre que está sufriendo como tal. Llama la atención en algunas figuras de Susillo la colocación de uno de los pies fuera del pedestal, como si la escultura quisiera salirse de su encorsetada ubicación, dando sensación de fuerza a las figuras y entablando una relación más directa con el público que la observa.

En 1.887, ganó la segunda medalla en la Exposición Nacional y la medalla de oro de la Exposición de Escritores y Artistas celebrada en Madrid, y en Sevilla le nombraron académico numerario de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría.
Antonio Susillo consigue alcanzar un gran prestigio y se convierte en el artista de moda de la aristocracia. Sus esculturas vienen a engrosar las colecciones privadas de la duquesa de Denia, de los marqueses de Pickman, de la duquesa de Alba, de la condesa de Lebrija, del conde de Ybarra…

El Domingo de Ramos de 1.893, cuando el paso de palio de la Virgen de la Amargura hacía su entrada en los palcos de la plaza de San Francisco sufrió un grave incendio. No pudo evitarse que a la Virgen se le quemaran las manos y el rostro quedase muy dañado. San Juan Bautista también padeció los efectos del fuego. La Junta de Gobierno de la Hermandad le encargó la restauración de sus imágenes a Susillo, quien talló unas manos nuevas y restauró maravillosamente la cara. Fue la aportación del genial escultor a la imaginería de la Semana Santa sevillana.

A pesar de ser uno de los artistas de mayor éxito del siglo XIX, en su vida privada fue muy desdichado, por lo que llegó a suicidarse con tan solo 41 años de edad. El amor de su vida fue su primera mujer, Antonia Huertas Zapata. Se casaron en Sevilla cuando él contaba 23 años y ella 19. Fue un matrimonio joven y esperanzador, pero la fatalidad se ensañó con ellos cuando Antonia falleció al año y medio por una tuberculosis. La tragedia del prometedor Susillo no afectaría decisivamente a su trabajo, incesante desde el principio, pero su vida sentimental sería cortada de raíz desde muy temprano. A los 39 años se casó, en segundas nupcias, con María Luisa Huelín Sanz, una joven de 26 años con aires de grandeza que terminó por arruinar su vida. Su nueva esposa le impuso un ritmo de gastos desorbitados pretendíendo rivalizar con los adinerados clientes de su esposo en fiestas, viajes y lujos excesivos.

Antonio Susillo se hallaba sumido en una crisis depresiva y una aciaga mañana (21 de diciembre de 1.896) tomó la firme decisión de quitarse la vida. Fríamente, sacó la pistola que tenía de su estuche, la introdujo en uno de sus bolsillos y se puso a caminar con dirección a San Jerónimo. Al llegar a la altura del Departamento Anatómico del Hospital, se sentó sobre un montón de traviesas de madera que había junto a la vía del tren, sacó la pistola y metiéndose el cañón por debajo de la barbilla no dudó en apretar el gatillo y disparar el tiro que le causo una muerte instantánea.

Desde un tren que pasaba por aquel lugar, una pareja de la Guardia Civil presenció el trágico suceso; ordenaron detener inmediatamente el tren y salieron corriendo hasta el cuerpo, ya sin vida, de Antonio Susillo. Cuando el juez ordenó levantar el cadáver, se le hallaron en el bolsillo dos tarjetas escritas, una iba dirigida a su mujer que decía: “Perdóname, María de mi alma, me he convencido que mi trabajo no produce lo suficiente para ganarme la vida. Adiós, vida mía”.
La otra tarjeta estaba dirigida al juez: “Me mato yo, mi mujer Mará Luisa es mi única heredera. Antonio Susillo”.

Como Susillo se había suicidado, la Iglesia se mostró inflexible y hubo que enterrarlo en el Cementerio de Disidentes o Civil, que estaba justo al lado del de San Fernando. Allí permanecieron sus restos durante 44 años. En el año 1.940, tras las gestiones del Alcalde de Sevilla, Eduardo Luca de Tena, ante las autoridades eclesiásticas, Antonio Susillo fue enterrado a los pies de su Cristo de las Mieles.

Como dato curioso añadir que la última vez que estuvo en Sevilla el escultor Mariano Benlliure, realizó, en colaboración con Susillo, un relieve del señor Rodríguez de la Borbolla. La obra se llevo a cabo de forma bastante original. Su realización tan solo duró 35 minutos, y de cinco en cinco la dejaba Benlliure para que la continuara Susillo, y así sucesivamente hasta que quedó terminado el retrato. Lo más admirable era que tanto el uno como el otro artista interpretaban perfectamente el pensamiento del otro, pareciendo una obra salida de la misma mano.

martes, 14 de octubre de 2014

Velázquez y Las Meninas



Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, pintor barroco español, nació en Sevilla en 1599. A los once años inicia su aprendizaje en el taller de Francisco Pacheco donde permanecerá hasta 1617, cuando ya es pintor independiente. Al año siguiente, con 19 años, se casa con Juana Pacheco, hija de su maestro, hecho habitual en aquella época, con quien tendrá dos hijas. Entre 1617 y 1623 se desarrolla la etapa sevillana, caracterizada por el estilo tenebrista, influenciado por Caravaggio, destacando como obras El Aguador de Sevilla o La Adoración de los Magos. Durante estos primeros años obtiene bastante éxito con su pintura, lo que le permite adquirir dos casas destinadas a alquiler.

En 1623 se traslada a Madrid donde obtiene el título de Pintor del Rey Felipe IV, gran amante de la pintura. A partir de ese momento, empieza su ascenso en la Corte española, realizando interesantes retratos del rey y su famoso cuadro Los Borrachos. Tras ponerse en contacto con Peter Paul Rubens, durante la estancia de éste en Madrid, en 1629 viaja a Italia, donde realizará su segundo aprendizaje al estudiar las obras de Tiziano, Tintoretto, Miguel Ángel, Rafael y Leonardo. En Italia pinta La Fragua de Vulcano y La Túnica de José, regresando a Madrid dos años después. La década de 1630 es de gran importancia para el pintor, que recibe interesantes encargos para el Palacio del Buen Retiro como Las Lanzas o los retratos ecuestres, y para la Torre de la Parada, como los retratos de caza. Su pintura se hace más colorista destacando sus excelentes retratos, el de Martínez Montañés o La Dama del Abanico, obras mitológicas como La Venus del Espejo o escenas religiosas como el Cristo Crucificado.

Paralelamente a la carrera de pintor, Velázquez desarrollará una importante labor como cortesano, obteniendo varios cargos: Ayudante de Cámara y Aposentador Mayor de Palacio. Esta carrera cortesana le restará tiempo a su faceta de pintor, lo que motiva que su producción artística sea, desgraciadamente, más limitada. En 1649 hace su segundo viaje a Italia, donde demuestra sus excelentes cualidades pictóricas, triunfando ante el papa Inocencio X, al que hace un excelente retrato, y toda la Corte romana. Regresa en 1651 a Madrid con obras de arte compradas para Felipe IV.

Estos últimos años de la vida del pintor estarán marcados por su obsesión de conseguir el hábito de la Orden de Santiago, que suponía el ennoblecimiento de su familia, por lo que pinta muy poco, destacando Las Hilanderas y Las Meninas. La famosa cruz que exhibe en este cuadro la obtendrá en 1659. Tras participar en la organización de la entrega de la infanta María Teresa de Austria al rey Luis XIV de Francia para que se unieran en matrimonio, Velázquez muere en Madrid el 6 de agosto de 1660, a la edad de 61 años.


Las Meninas (1656) de Diego de Velázquez es la obra cumbre de la pintura española, y una de las pinturas más importantes del arte universal. Es probablemente el cuadro más comentado, discutido, analizado e imitado de la historia.

El cuadro representa una escena diaria en la vida de palacio en la época de Felipe IV. En la composición podemos ver a la Infanta Margarita en el centro, acompañada por su damas (Meninas), a Doña Marcela de Ulloa que habla con Diego Ruíz Azcona, al propio Velázquez pintando, en la parte posterior aparece, en una puerta, José Nieto Velázquez y en la pared del fondo hay un espejo donde se ven reflejados los monarcas Felipe IV y Mariana de Austria.

En esta pintura Velázquez muestra en todo su esplendor su maestría en el manejo del claroscuro y de la luz. Los puntos de luz iluminan a los personajes estableciendo un orden en la composición. La luz que ilumina la estancia desde el lado derecho del cuadro centra la mirada del espectador en el grupo principal, y la puerta abierta del fondo, con el personaje a contraluz, es el punto de fuga de la perspectiva.

El espejo donde está el reflejo de los monarcas es una pieza clave, porque ese espejo transforma al espectador en parte integrante del cuadro, de la composición. Los reyes están esbozados con pinceladas rápidas, así el reflejo es el reflejo del espectador.

Pero muchos críticos se preguntan cuál es el sentido real del cuadro, qué significa esta escena. Hay dos teorías:

La primera viene a decir que en esta escena Velázquez está haciendo un retrato de los reyes, que están posando y por eso están reflejados en el espejo. En ese momento la infanta Margarita, personaje principal de la obra, ha entrado en la sala con sus damas para ver el trabajo del pintor.

La segunda teoría es contraria. Según esta serían los reyes los que han irrumpido en la sala. No podemos saber qué está pintando Velázquez. La infanta está mirando al niño que juega con el perro mientras una de las damas le está sirviendo agua. La llegada de los reyes no ha sido notada por todos, y poco a poco se van dando cuenta de su presencia y van girando las cabezas hacia los monarcas. Incluso una de las meninas, la que está situada detrás de la Infanta, ha comenzado a hacer una reverencia. La Infanta acaba de darse cuenta de que sus padres están en la sala, su cabeza está dirigida hacia el niño que juega con el perro, mientras que sus ojos ya están dirigidos hacia los reyes. Todo el cuadro está en movimiento.

Hay que añadir que la composición sigue perfectamente lo que se conoce como La Espiral de Durero, que partiría del pecho de la infanta y terminaría en la lámpara que está situada sobre Velázquez.

miércoles, 1 de octubre de 2014

Fray Bartolomé de las Casas



Bartolomé de las Casas nació en la colación de San Salvador, en el centro de Sevilla, en una familia de panaderos, quizá de ascendencia judeoconversa y probablemente en 1484. Su andadura americana se inicia cuando en 1493 su padre fue a las Indias en el segundo viaje de Cristóbal Colón, con cuya familia se mantendría siempre muy relacionado el propio Bartolomé. En 1502 padre e hijo se integran en la expedición de Nicolás de Ovando, nuevo gobernador de la Española, y participan en la conquista de los cacicazgos orientales de la isla, que se habían alzado contra el poder colonial. A Bartolomé le movía, en esos momentos, un afán de riquezas, sed de aventuras y nuevas experiencias propias de un espíritu inquieto, pues en estas fechas sus intereses eran más bien económicos que religiosos.

En 1.506 regresó a Sevilla, donde recibió las órdenes sagradas menores al sacerdocio. En 1.507 viajó a Roma, donde completó su formación humanística y religiosa, ordenándose como presbítero. Regresa a la Española, donde dice la primera misa nueva de América y continúa con sus explotaciones, que pronto abandona para seguir a su amigo Diego Velázquez a la conquista de Cuba, allí será capellán de la compañía de Pánfilo de Narváez (1512-1514). Obtuvo por ello un repartimiento de indios en Canarreo, cerca de Trinidad, pero renunció al mismo el día15 de agosto de 1.514, día de la Asunción, a la edad de treinta años, pronunciando un sermón en el cual renunció a sus repartimientos públicamente.

Comienza entonces su lucha en defensa de los indios, compaginando desde este primer momento la integridad moral, la habilidad política y la osadía que siempre distinguirán sus actuaciones, a través de las diversas fases de su vida y obra: viaja a España y va a ver a Fernando el Católico para leerle un memorial sobre lo que estaba sucediendo en Cuba, primero de la larga serie de escritos de denuncias y de remedios con que azotará la corte durante toda su vida, pero los resultados fueron adversos a sus peticiones.

A la muerte del rey se entrevista con los regentes Cisneros y Adriano de Utrech y les dirige el Memorial de remedios para las Indias de 1516, un plan de reforma basado en la explotación agrícola por parte de labradores castellanos e indios libres. Por primera vez, y desde luego no la última, se concebía para América el plan de un mundo ideal que incluía minuciosos detalles sobre el establecimiento y regimiento de pueblos nuevos, con modos de producción capaces de asegurar la subsistencia de la comunidad y el pago de beneficios a la corona. La mera explotación del indio quedaba substituida por un período de evangelización e instrucción en técnicas agrícolas europeas, y por la fusión de las razas que resultaría de la convivencia. Este y otros dos proyectos más fracasaron.

Termina así su fase de promotor de empresas utópicas, con un profundo desengaño que le lleva a hacerse fraile dominico y recluirse en Santo Domingo, de donde saldrá para fundar el convento de su orden en Puerto Plata. Es quizá el período más sosegado de su vida, sin viajes transatlánticos ni intervención directa en los asuntos de Indias, y por lo mismo el más importante de su formación intelectual: estudia leyes y teología, y mantiene una creciente correspondencia con la corte y con amigos de España, siempre sobre asuntos relacionados con la defensa de los indios. A estas actividades añade entonces una de las que con más justicia le han hecho célebre: la de historiador; en Puerto Plata y hacia 1527 emprende una ambiciosa Historia de las Indias.

A finales de 1.534, fray Bartolomé y otros tres dominicos emprendieron un viaje al Perú para trabajar en defensa de los indios y fortalecer también las actividades de su orden. Una serie de dificultades impidió a Las casas llegar hasta su destino. En lugar de ello estuvo en Panamá, Nicaragua y México. En 1.536 viajó hasta Guatemala, en donde residió poco menos de dos años. Allí escribió una de sus obras más importantes: “Del único modo de atraer a todos los pueblos a la verdadera religión”. Intentó un nuevo plan de colonización, donde obtuvo un relativo éxito.

Volvió de nuevo a España en 1.540. Esta vez entró por Lisboa, y allí tuvo lugar otra de sus «conversiones»: los dominicos que le alojan en el convento de São Domingos le transmiten su preocupación por la trata de esclavos negros, para entonces más pujante que la de los indios. Lo que allí aprende sobre la captura de esclavos en las costas de Guinea le hace convertirse en enemigo de cualquier esclavitud, y en su Historia de las Indias no dejará de confesar con amargura el error de sus propuestas de veinte años antes. En Valladolid visitó al rey Carlos I. Éste, atendiendo a las demandas de Las Casas y a las nuevas ideas del derecho de gentes difundidas por Francisco de Vitoria, convocó el Consejo de Indias.

Como consecuencia de lo que se discutió, se promulgaron el 20 de noviembre de 1.542 las Leyes Nuevas. En ellas se prohibía la esclavitud de los indios y se ordenaba que todos quedaran libres de los encomenderos y fueran puestos bajo la protección directa de la Corona. Se disponía además que, en lo concerniente a la penetración en tierras hasta entonces no exploradas, debían participar siempre dos religiosos, que vigilarían que los contactos con los indios se llevaran a cabo en forma pacífica.
A Las Casas se le ofreció el obispado de Cuzco (Perú), muy importante en aquel momento, pero no aceptó, aunque sí aceptó el obispado de Chiapas (México) en 1.543, con el encargo de poner en práctica sus teorías. Residió allí durante dos años, para regresar definitivamente a España en 1.547.
En 1552, hizo su última gran aparición en público, al mandar imprimir en Sevilla su colección de Tratados, opúsculos de diverso contenido escritos en años anteriores: unos destinados a servir de guía a los misioneros, otros dirigidos a los gobernantes que en aquellos días habían de decidir si se reemprendían las guerras de conquista, interrumpidas desde el debate con Sepúlveda.

Aun viajando mucho, desde su regreso de Chiapas residía principalmente en Valladolid, primero en el convento de San Pablo, luego en el contiguo colegio de San Gregorio, desde donde continuó su actividad en pro de los indios americanos, escribiendo sin cesar epístolas y memoriales, obras jurídicas (De Thesauris) e históricas: le da a la Historia de las Indias la configuración en que hoy la conocemos, añadiéndole abundantes materiales extraídos de la biblioteca de Hernando Colón y de otras fuentes, y le desglosa las noticias de historia natural para constituir con ellos la monumental Apologética historia sumaria, obra con que inaugura la moderna antropología cultural. Se puede añadir además que la Historia de Indias, de las Casas, es el primer tratado de derechos humanos de la historia

Vive sus últimos años en el convento de Atocha de Madrid, donde muere el 18 de julio de 1566. Por decisión testamentaria, sus papeles deben quedarse en el colegio de San Gregorio de Valladolid y no ser leídos por extraños ni publicados hasta pasados cuarenta años de su muerte, cláusula que se cumplió sólo en parte, pues en 1571 Felipe II ordenó trasladar al Escorial todo el acervo lascasiano y ponerlo a disposición y cuidado de su cronista oficial, Antonio de Velasco. De este modo, su obra de historiador empezaba a marcar el camino a historiadores posteriores, aun sin ser publicada hasta 1874.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Juan Ramón Jiménez




Juan Ramón Jiménez Mantecón nace en Moguer (Huelva) el 23 de diciembre de 1881. Su infancia transcurre aquí, donde cursa  sus estudios de primaria y elemental. Posteriormente estudia bachiller en el colegio de los jesuitas del Puerto de Santa María, del que no guarda grandes recuerdos, aunque ya comienza a manifestar su inquietud por la pintura y la poesía. Termina sus estudios y regresa a Moguer en donde se siente feliz.
En septiembre de 1896 marcha  con su hermano a Sevilla para estudiar Derecho pero se siente mas atraído por la pintura, iniciándose de la mano del pintor Salvador Clemente. Pronto abandona esta actividad  y se va sumergiendo en la vida intelectual de la ciudad:  frecuenta el Ateneo y allí se familiariza con el Romancero y con la literatura clásica española, charla con poetas y escritores sevillanos  y piensa en ser poeta. Comienza a escribir y envía sus poemas a  revistas y periódicos. Decide no continuar con sus estudios de Derecho.
Villaespesa y Rubén Darío le invitan entonces a trasladarse a Madrid, pero regresa a Moguer, algo enfermo y desencantado del ambiente literario que se respira allí.
El 3 de julio de 1900 muere su padre en Moguer y Juan Ramón se traslada a vivir a Fuentepiña. Como no mejora, se le aconseja  un cambio de aires y marcha al sanatorio francés para enfermos mentales de Castel d´Andorte.  Vuelve a Madrid e  ingresa en el Sanatorio del Rosario. Allí  van a visitarle los hermanos Machado, Valle-Inclán, Cansinos Assens, Villaespesa, Salvador Rueda, los Martínez Sierra y Jacinto Benavente.  El sanatorio se convierte en un centro de tertulia y reunión de poetas y escritores.
En 1905 vuelve a Moguer.  La familia tiene problemas económicos y se agrava su enfermedad de tal modo que se siente inclinado al suicidio. Sin embargo, sus amigos de Madrid  no lo olvidan  y leen sus versos en el Ateneo de Madrid. La Academia de Poesía Española, de Madrid, le nombra por unanimidad Académico de Número, y el Ateneo de Sevilla le tributa un sentido homenaje.
De sus salidas a la campiña moguereña y de aquel contacto, empezarán a fluir las páginas sentimentales de Platero y yo, cuya primera edición apareció en la Navidad de 1914.
En 1913, Juan Ramón vuelve a Madrid y conoce a  Zenobia Camprubí.. Poco tiempo después pasa unos días en   Moguer, con su madre y hermanos.
En 1916 embarca en Cádiz rumbo a América para casarse con Zenobia, a la que dedica nuevas ediciones de su obra. Este hecho y el redescubrimiento del mar será decisivo en su obra, escribiendo Diario de un poeta recién casado. Esta obra marca la frontera entre su etapa sensitiva y la intelectual. Desde este momento crea una poesía pura con una lírica muy intelectual.  Regresan a España  y Juan Ramón inicia con ayuda de su esposa el largo proceso de traducir 22 obras del poeta y Nobel indio Rabindranath Tagore.
En 1918 encabeza movimientos de renovación poética, logrando una gran influencia en la Generación del 27. Del año 1921 al 1927 publica en revistas parte de su obra en prosa, y de 1925 a 1935 publica sus Cuadernos, donde se encuentran la mayoría de sus escritos.
Cuando en julio de 1936 estalla la guerra,  Juan Ramón suscribe, con Antonio Machado, Ramón Menéndez Pidal, Gregorio Marañón, Ramón Pérez de Ayala y José Ortega y Gasset, el manifiesto  por el que se situa "del lado del Gobierno, de la República y del Pueblo, que con tanto heroísmo está combatiendo por las libertades".  Juan Ramón se entrevista con Manuel Azaña, presidente de la República, y le expresa sus deseo de obtener pasaporte para salir de España con dirección a Puerto Rico.
En Puerto Rico, Juan Ramón ultimó los detalles de las antologías pero, al no encontrar talleres gráficos donde  imprimirlas, se traslada a Cuba y colabora en las mejores revistas de Costa Rica,de Buenos Aires y de México. Los esposos viajan a Nueva York , a Durham, en Carolina del Norte. Juan Ramón dicta conferencias en la Universidad de Miami, y en el curso de verano de la Universidad de Duke.  También fue invitado a leer conferencias en Puerto Rico, Chile, Brasil, Perú, Guatemala, Colombia y Méjico. Era un hombre famoso en América, No obstante, su reconocimiento a nivel internacional  no le ayudó a vencer su decaimiento.

En noviembre del  año 1951 los doctores diagnosticaron a Zenobia un cáncer de matriz. Se operó en Boston el 31 de diciembre en el Massachussets General Hospital. Juan Ramón pareció sanar de repente de todos sus males, pero en seguida recayó, sumido en un hondo pesar por la incurable enfermedad de su esposa.
El 25 de octubre de 1956 la Academia Sueca concedió a Juan Ramón el Premio Nobel de Literatura. El 28 murió Zenobia y Juan Ramón entró en una gran depresión.
El 29 de mayo  de 1958 la vida de Juan Ramón se apagó para siempre.
Los cuerpos de Zenobia y Juan Ramón llegaron al aeropuerto madrileño de Barajas y continuaron su viaje hacia Moguer, parando en Sevilla, donde sus cuerpos fueron expuestos en la Universidad. Finalmente el 6 de junio recibieron sepultura en Moguer.

Platero y yo

¿Qué tiene este breve libro, esta pequeña obra, que la convierte en la tercera más traducida a diferentes idiomas y lenguajes del mundo después de la Biblia y El Quijote?

«Platero y yo» es un texto en prosa poética estético, moral y espiritual. Resulta clave y centro de la poesía de Juan Ramón Jiménez. Platero es eso y mucho más: poesía, novela, fábula, relato y retrato de gente y paisajes de su Moguer blanco y marinero.

"Platero" no era un libro que quisiera publicar. Él lo pensaba incluir en sus obras completas, y, como éstas no las dio nunca, pues jamás hubiera visto la luz si no es por el enfado con su amada Zenobia, que retrasó una traducción de Tagore que él había prometido entregar a un editor y para la que tenía que contar con la gran ayuda de ella. Y ante la imposibilidad de poder hacerlo en ese momento, ya muy agobiado, a Juan Ramón no le quedó más remedio que entregar 'Platero.

Tampoco estaba escrito como un libro para niños, pero como el compromiso de Juan Ramón con su editor era un trabajo para una colección juvenil, así quedo. El mismo lo explica en su breve introducción a la primera edición del libro, en 1914.

Este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, está escrito para... ¡Qué sé yo para quién!..., para quien escribimos los poetas líricos... Ahora que va a los niños, no le quito ni le pongo una coma. ¡Qué bien!

"Dondequiera que haya niños- dice Novalis-, existe una edad de oro". Pues por esa edad de oro que es como una isla espiritual caída del cielo, anda el corazón del poeta, y se encuentra allí tan a su gusto, que su mejor deseo sería no tener que abandonarla nunca.

¡Isla de gracia, de frescura y de dicha, edad de oro de los niños; siempre te halle yo en mi vida, mar de duelo; y que tu brisa me dé su lira, alta y, a veces, sin sentido, igual que el trino de la alondra en el sol blanco del amanecer!

En todo caso Platero y yo, es el mejor libro de poemas en prosa escrito en lengua española.

domingo, 31 de agosto de 2014

Mateo Alemán



Nacido el mismo año que Miguel de Cervantes, fue bautizado en la iglesia colegial de El Salvador el 28 de septiembre de 1.547. Su padre fue el doctor Hernando Alemán, posiblemente de origen converso, y que desde 1.557 ocupó el cargo de médico – cirujano de la Cárcel Real de Sevilla y su madre, segunda esposa de éste, Juana de Enero, hija de un comerciante de ascendencia florentina. Entre sus antepasados hubo un judaizante que murió abrasado en la hoguera.
Su educación fue esmerada, pues su padre se ocupó de enviarle a las mejores escuelas. Parece ser que empezó a estudiar Humanidades en el estudio de Juan de Mal Lara, graduándose de Bachiller en Artes y Teología (1.564) en la universidad llamada “Maese Rodrigo” de Sevilla. Después estudió Medicina en Salamanca y en Alcalá de Henares (Madrid), pero al morir su padre en 1.567 debió abandonar los estudios, ya que no figura en los libros de estas universidades como licenciado.
En el otoño de 1.568 Mateo Alemán está de vuelta a Sevilla en la más absoluta pobreza, y él y su madre reciben un préstamo del capitán Alonso Hernández de Ayala, a condición de que Mateo se casase con doña Catalina de Espinosa si no devolvía el dinero en el plazo establecido. El dinero no se devolvió y Alemán intentó aplazar el compromiso nupcial, pero ante las amenazas de encarcelamiento tuvo que casarse con doña Catalina, matrimonio de conveniencia que acabó años más tarde en separación.
Desempeñó varios oficios: fue recaudador del subsidio de Sevilla y su arzobispado; en Madrid fue nombrado contador de resultas de la Contaduría Mayor de Cuentas de Hacienda. Desde 1.573 volvió a residir en Sevilla, donde tuvo negocios de distinta índole, según se desprende de diversos documentos: en uno, vende una esclava morisca; en otro, negocia la compra de una capilla “para la cofradía de los Nazarenos”.
Le encarcelaron por deudas en 1.580 y estuvo recluido en la Cárcel Real de Sevilla durante dos años y medio, donde aprovechó para asimilar las costumbres de la vida criminal de los delincuentes y pícaros que luego iban a aparecer en su famosa novela “Guzmán de Alfarache”.
Aunque hizo información personal para pasar a las Indias, no llegó a embarcarse en aquel momento, desconociéndose los motivos.
En 1.583, Mateo Alemán se halla en Llerena (Badajoz), como juez de comisión encargado de cobrar unas deudas que varios particulares tenían con el Rey Felipe II. Su comportamiento en este oficio es severo e intransigente, lo que causa airadas protestas de los vecinos de Llerena y Usagre (Badajoz) que apelaron al Rey.
Este aparente abuso de autoridad le cuesta a Mateo Alemán su encarcelamiento en Mérida (Badajoz) y después en Madrid.
No obstante, en 1.593 viajó a Almadén (Ciudad Real) como juez visitador para inspeccionar las famosas minas de mercurio que la Corona había arrendado a los banqueros alemanes Fugger. La misión del escritor era averiguar el trato que recibían allí los galeotes condenados a trabajos forzados, entrevistando a algunos condenados que posiblemente debieron inspirarle algunos personajes de su obra “Guzmán de Alfarache”.
El celo del juez no debió agradarle a los Fugger, que logran que las indagaciones quedasen suspendidas y Mateo Alemán fuese apartado de ellas y fuese requerido en la Corte.
Una vez de vuelta a la Corte empezó a desarrollar su labor literaria, traduciendo varias odas de Horacio y escribió un prólogo para los “Proverbios Morales” de Alonso Barros (1.598). También escribió la primera parte de “Guzmán de Alfarache”, finalizada a finales de 1.597 y editada en 1.599. Esta obra, una novela picaresca, estableció el canon del género y alcanzó un gran éxito en España y parte de Europa, imprimiéndose en Munich, París, Londres y Colonia. Sin embargo, no consiguió ganarle dinero al libro, puesto que las muchas ediciones que salían, eran fraudulentas, enriqueciendo a desaprensivos editores.

En 1.601 volvió a Sevilla, donde vivió lleno de deudas, por lo que otra vez fue encarcelado en 1.602, hasta que lo sacó su pariente Juan Bautista del Rosso. Este mismo año se publicó en Valencia una segunda parte apócrifa del “Guzmán de Alfarache”, escrita por Mateo Luxán de Sayavedra, seudónimo del abogado valenciano Juan Martí. Una tercera parte, debida al portugués Félix Machado da Silva e Castro, marqués de Montebelo, aparecería hacia 1.650, mucho después de la muerte de ambos.
En 1.604 publicó en Sevilla la primera edición de su “Vida de San Antonio de Padua”, y en Lisboa la auténtica segunda parte del “Guzmán de Alfarache”. Abandonó a su mujer y comenzó unas relaciones íntimas con Francisca Calderón, quien le dio tres hijos.
En 1.608 consiguió, mediante soborno, autorización para viajar a México, ciudad a la que llegó viejo y cansado en unión de su amante e hijas, y donde entró al servicio del arzobispo fray García Guerra, con quien había trabado amistad durante la travesía.
En 1.609 publicó una “Ortografía castellana” que defendía la tendencia fonetista frente a la etimologista. En 1.613 escribió “Sucesos de don fray García Guerra, arzobispo de México, a cuyo cargo estuvo el gobierno de Nueva España", obra que incluye una oración fúnebre en memoria del prelado.
En 1.615 se sabe que residía en la localidad mexicana de Chalco. A partir de entonces no se tienen más noticias de Mateo Alemán, debiendo morir poco después en la misma miseria en que había vivido.
Mateo Alemán fue Hermano Mayor de la Hermandad del Silencio de Sevilla desde 1.576 hasta 1.595. Se encargó de redactar nuevas reglas con la ordenación de la cofradía, obras de caridad y rescate de los presos de la Cárcel Real, siendo aprobadas el 24 de abril de 1.578, posteriormente renovadas e ilustradas con dibujos del pintor Francisco Pacheco.
Concertó en dicha época la compra de la pequeña capilla del Santo Crucifijo y una parte del huerto en el Real Convento de San Antón, a la que se trasladó la cofradía del Silencio una vez completadas las obras en el año 1.582 y la Hermandad quedó establecida canónicamente.
Mateo Alemán vivió en la sevillana calle Redes, recibiendo alguna ayuda económica alquilando su vivienda a Lope de Vega, cuando éste venía a Sevilla.

martes, 12 de agosto de 2014

Manuel Fernández y González




Manuel Fernández y González.  (Sevilla, 6 de diciembre de 1821 - Madrid, 6 de enero de 1888) fue un novelista español de enorme fama en el siglo XIX.
Hijo de un militar, capitán de caballería, de ideas liberales, pasó su infancia y juventud en Granada, ya que en esta ciudad era donde su padre se hallaba encarcelado.
Realizó sus estudios en la Universidad de Granada, donde se licenció en Filosofía y Letras, y Derecho y donde, además, fue miembro de la tertulia “La Cuerda”. Escritor precoz, publicó su primer libro de poemas a los 14 años y su primera obra de teatro, “El bastardo y el rey”, mientras cumplía el servicio militar en el año 1.841 y su primera novela llega en 1.848, bajo el título de “El doncel de don Pedro de Castilla”.
Fernández y González, tras contraer matrimonio, en 1.850 se trasladó a Madrid con la intención de introducirse en los ambientes literarios, pero como mostrara excesiva arrogancia, impropia de un recién llegado, fue mal recibido y nunca llegó a ser admitido. Se vengó, de lo que él consideró una grave afrenta, hablando mal de los escritores consagrados en el periódico satírico “El diablo con antiparras”.
Llevó una vida bohemia que no interrumpió, ni siquiera, cuando sus narraciones alcanzaron un éxito muy superior a sus cualidades literarias, llegando a ser el autor más representativo de la novela por entregas o los llamados “folletines”, con frecuencia eran novelas históricas degeneradas en novelas de aventuras.
Este éxito le colmó de vanidad y soberbia que fue muy criticada por sus envidiosos contemporáneos, que contaron sobre ello numerosas anécdotas. Con las enormes ganancias que le reportaban la venta de sus libros, ya que las novelas por entregas y los folletines estaban en plena eclosión, se permitía todos los placeres mundanos.
Vivió una vida fastuosa y lucía un lujoso carruaje que llevaba las iniciales de su nombre y apellidos, M.F.G., que algunos malintencionados, envidiosos de su éxito comercial, traducían como “Fabrico Mentiras Grandes”.
Se fugó a París con una estanquera de la que estaba locamente enamorado, dejando algunas obras sin concluir. Para sobrevivir en esta ciudad publicó varios folletines en los diarios locales e hizo traducciones. La Revolución de 1.868 (La Gloriosa) le sorprendió en la capital francesa, y a su domicilio en París fue a visitarle la destronada Isabel II, amiga y admiradora del escritor.
De regreso a Madrid, en sus últimos años dictaba sus novelas a varios secretarios, entre ellos Vicente Blasco Ibáñez y Tomás Luceño, que las tomaban taquigráficamente.
Fernández y González falleció en la mayor pobreza, a causa de su dilapidador estilo de vida, malviviendo en sus últimos años gracias a la paga de una cátedra ofrecida por el Ateneo de Madrid, aunque su entierro revistió gran solemnidad, presidiendo el duelo el ministro de Fomento, señor Navarro Rodrigo, estando representadas todas las Academias, como asimismo todos los teatros de la ciudad, siendo muy numerosa la asistencia de escritores y periodistas.
Eran características suyas una imaginación calenturienta, cierta gracia andaluza e ingenio, una verbosidad excesiva, sobre todo en los diálogos (le pagaban por página escrita y ya se sabe que los diálogos rellenan folios con poco trabajo), una esencial falta de erudición sólida, cierto mal gusto y falta de sentido crítico y ponderación.
Escribió unas 300 novelas, poesías a la manera de José Zorrilla y algunos dramas. En sus novelas domina la acción sobre la descripción, eligiendo preferentemente temas históricos, legendarios y tradicionales, que demuestran claramente su nacionalismo.
Entre sus novelas destacan “Men Rodríguez de Sanabria” (1.851), “El doncel de don Pedro de Castilla”, sobre los tiempos de Pedro I el Cruel, “El cocinero de su majestad”, “El Condestable don Álvaro de Luna” (1.851), “Los siete infantes de Lara” (1.853), “Diego Corrientes. Historia de un bandido célebre” (1.866), “El Conde Duque de Olivares” (1.870) y “José María el Tempranillo. Historia de un buen mozo” (1.886).

lunes, 11 de agosto de 2014

José Javier Ruiz. Callejeos por San Lorenzo y San Vicente




JOSÉ JAVIER RUIZ. Sevilla 1964) es pediatra desde el año 1997, ejerciendo su actividad profesional en su ciudad natal, donde alterna su labor en el Centro de Salud La Plata, del Servicio Andaluz de Salud, con el ejercicio privado en el IHP de Sevilla.
Desde hace años indaga en el pasado de Sevilla, primero escribiendo diferentes novelas históricas: El Dilema del Arzobispo de Sevilla (2005), La Estirpe de Argantonio y el Periplo de un Tesoro (2007), Los Nordumani, el asalto vikingo a Sevilla (2009), ¡Rey de Ispali! (2010) y …Nos Tengan por Locos (2012), y después creando la Colección Callejeos por Sevilla, fruto de sus interminables paseos por su ciudad, Sevilla/ ciudad galana/ que comenzaste a vivir/ de un beso que la mañana/ con tintes de ópalo y grana/ dio al claro Guadalquivir, como la describiera en una ocasión Luis Montoto






Callejeos por San Lorenzo y San Vicente.  En buena medida, Sevilla, como tantas otras ciudades milenarias, es una amalgama de sucesos superpuestos y de personajes amontonados por el transcurrir de los años que, siglo tras siglo, han ido dejando sus sutiles improntas o sus evidentes rastros.
Porque el paso del tiempo no siempre conduce al olvido. No siempre.
Por eso es suficiente caminar con los ojos abiertos, con la mente lúcida y el cuerpo saciado para no dejar de advertir lo que de ellos la ciudad conserva y orgullosa, nos muestra.
Facilitar un itinerario que guíe al paseante por entre el laberinto que todo casco histórico representa y recordar hechos y personajes que una vez ocurrieron o existieron en los lugares por donde se transite, es el objetivo de estos Callejeos por Sevilla.



Algún día por esta calle  
de Santa Clara, en la paz  
de un atardecer de oro,  
pasará un hombre perdido  
hacia un afán inconcreto.  

Algún día sabrás olvidarte del tiempo y del espacio pero no del lugar. No es lo mismo. El tiempo se olvida fácilmente en esta ciudad sin tiempo, la urbe del almanaque inalcanzable. El espacio no existe. Los lugares sí. Sólo se descubren caminando con pies calzados de alma virginal dispuesta a vivir historias de ayer y de hoy, a oler aromas tangibles e intangibles, a contemplar con ojos del alma y del corazón. Callejear por esos lugares exige despojarse, el emperador Heraclio lleva siglos entendiéndolo en el coro del Hospital de la Caridad, de toda consideración previa. La ciudad, como la Semana Santa de Núñez de Herrera, no ha existido nunca. Sólo es capaz de nacer en resurrecciones de milagros que se abren bajo los pies del caminante sin prisas, del divagador sin prejuicios, del observador que mira con los ojos del Jano Bifronte de la Casa de Pilatos, frente y trasera cuidadas como en un buen paso de misterio, futuro y pasado, que la ciudad es el lugar y los lugares que la conforman.

Texto del prólogo de Manuel Jesús Roldán 

Emilio Durán. Calle del infierno



EMILIO DURÁN. Nace en Sevilla. Estudia y se licencia en Derecho por la Universidad Central de Madrid.
Tiene publicado en Poesía: Paralelo 40 - Exilio de pecho adentro - Ejercicio de retina - La luna de la Menara - Camino de Nadir - La dorada memoria de ese narciso - Catacumba de rosas - Blanco es el color de la paloma - Cartas son cartas - Mosaico de los amores perdidos - Santas Mujeres - Logia de conversos - Sólo memoria de la vida - Puerto de las Mulas- Itinerario de amor sobre un plano de Olavide.
En Prosa tiene publicada las novelas “La última batalla de Fernando de Abertura” (Premio “Camilo José Cela” de 1994) y “Cartas de amor a la condesa” , varios cuentos y multitud de artículos periodísticos. Obtuvo en 1991 el “Puente Zuazo” y en 2002 el “José Luis Acquaroni” ambos de relatos. En 2014 ha obtenido el “Tiflos” de Novela para escritores con discapacidad visual.
Fundador de los Pliegos de Poesía “El carro de la Nieve” y de la Editorial de mismo nombre, que se especializó en literatura erótica, y en la que publicó la antología “El dos de pecho”.
Fundador, así mismo, de las Hojas volanderas y de los Cuadernos “El Molino de la Pólvora” de creación literaria.




Calle del Infierno. Calle del Infierno es un relato con una gran cantidad de claves  donde el lector apresurado se creerá de inmediato poseedor de una clara interpretación.
Los topónimos que jalonan la novela, son una estratagema sibilina que no tiene otra finalidad que adornar la narración con un nombre hermoso. Es una especie de juego planteado con la intención  –no mal sana– de hacerle perder el rumbo en su  intento de descubrir al asesino.

María Sanz. Incienso y plata




MARÍA SANZ. Sevillana de nacimiento y vocación, publica su primer libro en 1981, y desde esa fecha han visto la luz más de una treintena de títulos, entre ellos Tu lumbre ajena (Edit. Hiperión, 2001), Dos lentas soledades (Huerga y Fierro Editores, 2002),  Tempo de vuelo sostenido (Ediciones Libros del Oeste, 2004), Voz mediante (Edit. Point de Lunettes, 2006), Lance sonoro (Publicaciones Gobierno de Aragón, 2007), Regazo e intemperie (Colec. Provincia, León, 2007), Hypnos en la ventana (Algaida Editores, 2009)  La luz no usada (Guadalturia, 2010);  Jardines de Murillo (Guadalturia, 2011) y Contrapunto (Guadalturia, 2012). En 2012 publica también Danaide (Fundación Lara), Premio Hermanos Machado de poesía.
En su apartado de poesía infantil aparecen los títulos Carrusel (Edit. Hiperión, Madrid 2003),  Cuentos con rima (Colección Caracol, Málaga 2006),  Nanas para dormir a una flor (Colección Caracol, Málaga 2010) y Las Islas encantadas (Colección Lecturia.Guadalturia, 2913)
Poeta ampliamente premiada y con su obra recogida en numerosas antologías, ha sido traducida a diversos idiomas, figurando asimismo en los sitios de internet “Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes” y “Diccionario de Autores de la Cátedra Miguel Delibes”.


Incienso y plata. Levedad del verso. Ausencia del manido ripio que recubre, como una costra de sensiblería, la piel literaria de la fiesta más hermosa del tiempo. De la más honda. De la única que es capaz de herirnos con el gozo. María Sanz lo sabe. Y lo ha escrito de puntillas, como pasa la Macarena. Exactamente igual. Nube de incienso y claridad de la plata.
Este libro es un canto de amor a la ciudad. Este libro huele a Semana Santa. Con eso está todo dicho.
(Del prólogo de Francisco Robles)

MISERICORDIAS

Un vuelo de vencejos rapta el aire vespertino de luces decadentes, de Alcazaba fugaz e infinita, anclada en el perfil oscuro de los naranjos cercanos. Misericordias en el azulejo de la Alianza, en los destellos rojizos que peregrinan más allá de Su imagen hasta el espejismo interior de otra cruz en el alma. Tiene tiempo todavía de ser nuestra la tarde, otra misericordia para los ojos elevados en el vuelo de los vencejos, lleno de la prisa de quien huye y desea, a la vez, permanecer en la sagrada memoria del misterio.

Francisco Robles y José Aº Zamora. Miradas



FRANCISCO ROBLES. (Sevilla, 1963) es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla. Profesor de Lengua Española y Literatura en excedencia. Actualmente es articulista de ABC y director La mañana de la COPE Sevilla. En Tele-Sevilla dirige y presenta el programa Cómo está Sevilla. Ha publicado Tontos de capirote, 1997. La feria de las vanidades, 1998. Las letras del cante, con José Luis Blanco Garza y José Luis Rodríguez Ojeda, 1998. El fútbol es algo más… que veintidós individuos corriendo detrás de una pelota, 1999. Cernuda para jóvenes, 2003. Monipodio, 2004. Poesía eres tú: Bécquer, el poeta y su leyenda, 2004. Mester de progresía: Teoría y praxis del progre ibérico o como quedarse con el personal, 2005. Historia de Sevilla, con Álvaro Pastor Torres, 2006. Semana Santa: antología literaria, 2006. Hijos de la Logse: claves para entender y superar el fracaso educativo, 2008. Trío de capilla, con Javier Rubio y Juan Miguel Vega, 2008. Un rancio en Nueva York. Sevilla, ciudad eterna. Alcázar de Sevilla. El Libro de las Horas. Sevilla en el espejo.



JOSÉ ANTONIO ZAMORA. (Sevilla, 1958) Ha obtenido numerosos premios en concursos nacionales de fotografía tanto de instituciones públicas como privadas, Ministerio de Cultura, Junta de Andalucía, Ayuntamiento de Málaga, Ayuntamiento de Sevilla, Kodak, etc. Es autor del cartel oficial de la Semana Santa de Sevilla de 1989. Colabora con varias agencias y multinacionales, EA Sports, Scania, Renfe, Barclays, Reebok, Liga ACB, Selección Española de Baloncesto. Ha publicado sus fotos en ABC, Diario 16, Interviú, Rutas del Mundo, Marco Polo, Don Balón, Gigantes del Basket, Marca, etc. Entre sus publicaciones destacan, Guía Oficial Expo 92, Sevilla Universal, El Cossio, Historia Universal del Arte, De tapa en tapa por Sevilla, Guía de Sevilla, Volver a Sevilla, Sevilla Monumental, con textos de Carlos Colón. En Algaida ha publicado tres libros de autor: Momentos, Vivencias: la Romería del Rocío y Pasiones: Semana Santa de Sevilla.





Miradas de la Semana Santa de Sevilla. En Semana Santa se vive. Y nada más. La mirada es la forma más pura de vivir. No hacen falta las palabras ni los sintagmas, los verbos ni las corcheas. Mirar es escuchar el acorde del silencio. Todo es forma y color. Todo es la transparencia del aire que se cuela por los ojos. Una y otra vez. Como si no pasara el tiempo. Como si fuera posible conservar en el cofre de la ilusión la mirada del asombro, la mirada del niño. Y quien crea que todo esto puede ser una repetición que lleva al hastío, que se vaya a la playa. Entonces comprenderá que la Semana Santa es como una mujer hermosa. O como el mar. Porque uno no se cansa nunca de mirarla.  

Antonio María Esquivel



Antonio María Esquivel y Suárez de Urbina.  (Sevilla, 1806-Madrid, 1857). Pintor español. Es común valorarle como el pintor más representativo y fecundo del romanticismo hispalense y uno de los más destacados de su época en España. Su vida, entre el orto y el ocaso, constituye un verdadero alegato romántico: nacido en familia de noble linaje, no obstante, se cría y crece en ambiente precario al morir su padre como héroe de Bailén; huérfano y pobre, pues, su madre se esfuerza para que aprenda en la Academia de Bellas Artes; con diecisiete años, se alista en defensa de la Constitución contra la causa absolutista del duque de Angulema; más tarde, en Sevilla, pasa apuros económicos, defendiéndose «a fuerza de vigilias y tareas» (El Museo Universal). Se casa con Antonia Ribas y necesita trabajar más, por lo que decide marchar en 1831 a la Villa y Corte acompañado de su paisano, colega y amigo Gutiérrez de la Vega.
Comienzan entonces para Esquivel tiempos de esplendor que debe cimentar con la obtención de premios y honores. Académico de mérito de la Real de San Fernando (1832), es nombrado colaborador artístico de El Siglo XIX y El Panorama y forma parte del flamante Liceo Artístico y Literario (1837).
Al año siguiente, cuando todo le iba bien, regresa a la luminosa Sevilla, en la que, paradójicamente, poco después, pierde la vista. Pese a la desesperanza, que casi le lleva a un fatal desenlace romántico, se intentó suicidar arrojándose al río Guadalquivir, no se arredra y, gracias a la generosidad de muchos, se cura en 1840. Al año siguiente, vuelve a Madrid en olor de multitud, en donde terminará sus días llevando a cabo, con moral segura y mirada altruista, una ingente labor artística.
A tal plenitud vital corresponde no menor fecundidad y vigor artísticos. Como académico erudito, impartió clases en la Academia madrileña, lo que le llevó como preceptista a publicar en 1848 su Tratado de anatomía pictórica, y poco antes dos monografías (José Elbo y Herrera el Viejo. El artista, 1847). También cultivó la crítica de arte, que él mismo soportó.

Como pintor se identifica plenamente con la era isabelina o romántica, mediante el sentimiento y la corrección estética de su obra. Su estilo, basado en un cierto eclecticismo que algunos califican de «templado», se caracteriza por un equilibrio técnico entre la corrección del dibujo y las calidades cromáticas. Su diversidad temática, por otra parte, le sitúa como nostálgico de los tiempos barrocos.
El retrato es esencial y definitorio en la obra de Esquivel, cuyo mérito, además del artístico, estriba en ilustrar la sociedad de su tiempo con valores históricos y afectivos. Comprometido con un género muy demandado, abordó numerosos ejemplares individuales, algunos en miniatura, de personajes prominentes en las sociedades madrileña y sevillana, así como diversos autorretratos, uno en el Museo del Prado.
También realizó dos magníficos colectivos que nos hacen recordar los retratos corporativos barrocos holandeses: Ventura de la Vega leyendo una obra a los actores del Teatro Príncipe (1846, Prado) y Los poetas contemporáneos. Una lectura de Zorrilla en el estudio del pintor (1846, Prado). El asunto religioso, soslayado en general en la pintura decimonónica, renace con Esquivel como continuador murillesco en la escuela hispalense.
No obstante, su interés se muestra algo tibio y artificioso, alejado del fervor que suscitaba en otros tiempos. Son numerosos los ejemplos dentro de este género: desde su primigenia Virgen del Rosario (1835), hasta su postrero Cristo de Quitapesares (1857). El cuadro de historia tiene en el pintor sevillano un carácter muy personal, literario y teatral, fruto del ambiente y formación románticos que vivió. Tal vez la obra más representativa de su estilo y técnica en este género sea La campana de Huesca (1850, Museo de Bellas Artes de Sevilla). También abordó, aunque en menor número pero con talento y éxito, otros dos géneros; académico uno, popular otro. El primero es el mitológico, por entonces olvidado, que interesó al pintor por el estudio del desnudo, la anatomía y el modelo, una de cuyas obras más representativas es El nacimiento de Venus (1838). El segundo, la pintura costumbrista, en boga por entonces en Sevilla y Madrid, le proporcionó medios para sobrevivir. Se trata de lienzos, como el titulado Joven quitándose la liga (1842), y de dibujos y acuarelas, como los reunidos en el Álbum romántico (1830-1850).


Rafael Cansinos Assens.



Rafael Cansinos Assens.  nació en Sevilla, calle de la Tinaja número 7, en 1882, hijo de Manuel Cansino de la Vega y Dolores Assens y Rodríguez. . A su familia, muy modesta y de recursos económicos escasos, pertenecía también la actriz y bailarina norteamericana Margarita Carmen Cansino, más conocida como Rita Hayworth.
Su educación fue profundamente cristiana de la mano de su madre, ferviente católica, y de las de sus dos hermanas mayores, que llegaron a ser novicias.
En octubre de 1892 ingresa en la escuela de párvulos, "sección de niños pobres", de los padres Escolapios, en la Plaza de la Paja. Se prepara para la primera Comunión y para hacer el grado en el Instituto. Si quería continuar los estudios tenía que obtener la calificación de sobresaliente. Dos años después en 1894 termina el primer año de Grado con sobresaliente en Geografía y matricula de honor en Latín. En octubre fallece su padre. con quince años, en 1898, fallecido su padre, se traslada con su familia a Madrid, ciudad que ya nunca abandonaría.
En 1897, después de terminar cuarto curso de Grado y el curso de Comercio, la familia se traslada a Madrid:. Cansinos se queda en Sevilla, se matricula pero no asiste a clases. En Diciembre la familia, enterada de su vida licenciosa que llevaba en la ciudad, le da instrucciones para que lo venda todo y se traslade a Madrid. Finalmente con quince años, en enero de1898, se traslada con su familia a Madrid, ciudad que ya nunca abandonaría.
Los primeros años en Madrid, rodeados de problemas económicos y cargados de bohemia,  empieza a relacionarse con el mundo de las letras de la capital a través de sus frecuentes visitas a la Biblioteca Nacional y comienza a investigar su apellido en libros de heráldica. Descubre el origen judío de su apellido y con el tiempo encontrará evidencias de que desciende de conversos. Toma cursos de alemán y salta de empleo en empleo sin solución de continuidad.
Hacia 1901 Pedro González-Blanco le pone en contacto con el Modernismo que le cautiva y conoce a Francisco Villaespesa; con él y otros jóvenes innovadores pasea por las calles madrileñas y recala en ciertas tertulias. Colabora en Helios (1903), Revista Latina y Renacimiento (1907). En esos años de comienzo del nuevo siglo participa activamente con el senador Ángel Pulido Fernández en una campaña filo-sefardí que tuvo por finalidad recuperar la memoria judía española. Escribe salmos. Frecuenta el Colonial y otros cafés de tertulia. Se hace periodista e irá relacionándose con el citado Villaespesa, Juan Ramón Jiménez, Emilio Carrere, Felipe Trigo, Rubén Darío, Rafael Lasso de la Vega, Gregorio Martínez Sierra, Carmen de Burgos, Ramón Gómez de la Serna, Antonio Machado y Manuel Machado, etcétera.

El Candelabro de los siete brazos (salmos), en 1914, modernista, pero publicada tardíamente, cuando ya esta estética empieza a periclitar. Por entonces tiene su propia tertulia en el Colonial, donde es animador de las vanguardias; tras venir a España el poeta chileno Vicente Huidobro en 1918 y fundar el Ultraísmo, cuando este se va asume la jefatura, liderato y patrocinio del movimiento en España a través de las revistas Cervantes y Grecia, aunque la verdadera portavoz del movimiento será la revista Ultra (enero de 1921 - febrero de 1922).
Publica su primera obra,
Al mismo tiempo mantiene una relación muy estrecha con la incipiente comunidad judía de Madrid, que en aquel entonces gira en torno a la figura de Max Nordau. En 1919 abandona el periodismo para dedicarse por completo a la literatura. Dirige la revista Cervantes, y colabora en otras como: Grecia, Ultra, Tableros. Su obra de aquellos años, excepto algunos textos que firmó con el seudónimo de Juan Las, no tiene nada de vanguardista, sino que hunde sus raíces en textos bíblicos. Es la época en la que se relaciona con Guillermo de Torre, Adriano del Valle, Xavier Bóveda, Vicente Huidobro y también con Jorge Luis Borges.
En 1919 pone por vez primera en español, traduciendo del inglés y francés, una antología talmúdica con el título de Bellezas del Talmud. Su prestigio como traductor irá en aumento basado en sus versiones de obras de Juliano el Apóstata, Iván Turguéniev, Lev Tolstói, Máximo Gorki, Max Nordau, etc.
En 1921, en El movimiento V.P, hace un retrato irónico de los protagonistas de las Vanguardias españolas, y en especial de la disolución del Ultraísmo.
Reconocido crítico literario, sus artículos, aparecidos fundamentalmente en La Correspondencia de España y en La Libertad, periódico este de tendencia republicana en que entra en 1925 y donde escribe hasta la Guerra Civil. Durante esta época publica un buen número de ensayos literarios y de índole diversa así como varias novelas.
Durante la Guerra Civil redacta unos Diarios principalmente en inglés, pero también en francés, alemán y árabe aljamiado, lo que hacía para practicar las lenguas que conocía; de idéntica manera están escritos los diarios a partir de los que redactó la Novela de un literato, que alcanzan hasta el principio de la contienda. Después de la Guerra Civil española, en la que había tomado partido por los derrotados, fue depurado por el régimen de Franco y privado del carné de prensa bajo la única acusación de ser judío.
Inicia así un largo exilio interior, dedicándose casi por entero a traducir para la Editorial Aguilar. De su firma irán apareciendo la obra completa de autores como Dostoievski, Schiller, Goethe, Balzac, Andréyev...
Todas estas obras las acompañaba de amplias biografías y estudios. Especial importancia tuvo también la primera traducción directa del árabe al español, y completa, de Las mil y una noches, con una monumental monografía introductoria.
De los años 50 es Mahoma y el Korán, biografía crítica y estudio y versión de su mensaje, publicado en una editorial bonaerense minoritaria, que acompaña de la traducción del Korán, nuevamente por primera vez en español en versión directa, literal e íntegra, y que fue publicada repetidamente hasta los años 60 por Aguilar en Madrid. En esos años oscuros también escribe un ensayo sobre el antisemitismo, (Soñadores del galut, conservado en la Biblioteca Nacional Argentina) y La novela de un literato (1982–1995).
, tres volúmenes que no son una novela, sino una especie de memorias colectivas, un retrato febril del Madrid literario y bohemio desde 1898 hasta 1936. Al parecer Aguilar le había prometido publicar el libro, pero cuando leyó el manuscrito, en 1961, lo rechazó por miedo a las querellas por alusiones y a la censura. Sólo lo publicaría, dijo, si hacía enormes cambios. Cansinos se negó, tras lo cual volvió a sumergirse en la oscuridad como una vieja ballena. sin embargo, La novela de un literato es un libro lleno de vida e incluso de una desaforada alegría que a veces se parece a la tristeza. Qué modernísima es su escritura, qué trepidante y ligera, grotesca y conmovedora en ocasiones, desternillante a menudo. Todo el libro sucede en un radio de tres kilómetros alrededor de la Puerta del Sol de Madrid; y ahí, como en una gota de agua que, vista a través del microscopio, revela un hervor de bichejos, van pasando las gentes y las décadas, todos tan atareados en sus menudas vidas de paramecios altivos. En los tres volúmenes de Cansinos Assens aparece todo el mundo: Juan Ramón Jiménez y su delicuescente languidez; el inefable Valle-Inclán, "agitando, como un ala, la hueca manga". Blasco Ibáñez, apasionado y petulante, apabullando al gran Galdós, menudo como un pajarito. Y los dos Machado, y Baroja, y más tarde Huidobro, García Lorca, Alberti y mil más. Todos ellos atrapados en un instante de su cotidianidad, todos reales y creíbles. Como cuando explica que los escritores solían vender a toda prisa los libros dedicados que les regalaban otros escritores, para poder pagarse con ellos la merienda: "¿No era ya famosa aquella frase del grave Antonio Machado al recibir Sol de la tarde, de Martínez Sierra: 'Sol de la tarde, café de la noche'?". Bostezan y sudan los personajes a tu lado, como si estuvieran sentados junto a ti. Finalmente el libro vio la luz en 1982, gracias al trabajo de estructuración de su hijo, Rafael Manuel.

La novela de un literato
La vida que llevó en el triste Madrid de posguerra fue fundamentalmente nocturna, ya que dormía hasta bien entrada la mañana, cuando empezaba a trabajar. Fallecida en 1946 su compañera sentimental, Josefina Megías Casado, y su hermana Pilar en 1949, con la que había convivido toda su existencia, en 1950 entró a trabajar en su domicilio de la calle Menéndez Pelayo, Braulia Galán, que se convertiría años después en su esposa, cuidándole hasta el fin de sus días. En 1958 tuvo un hijo.
Cansinos fue siempre un trabajador infatigable. Poco antes de morir finalizó la traducción de las Obras completas de Balzac. Fue correspondiente de la Academia sevillana de Buenas Letras y de la Goethiana de Sao Paulo (Brasil); en 1925 la Real Academia Española de la Lengua le concedió el premio «Chirel» y al año siguiente era distinguido con las Palmas Académicas francesas. El lunes 6 de julio de 1964 fallece, al atardecer en Madrid.
Especial relevancia en la vida de Rafael Cansinos Assens tuvo su relación con Jorge Luis Borges que siempre le llamó maestro y que le visitó en numerosas ocasiones. No es de extrañar que cuando Borges declarara a Cansinos Assens su maestro se le tome por una más de sus ficciones. Dice César Tiempo en el prólogo de Las luminarias de Janucá: “El autor de «Las luminarias de Janucá», en quien se da la circunstancia verdaderamente sobrenatural del hombre que ha leído todos los libros, habla todas las lenguas y ha escrito tantas paginas como para dar la vuelta al globo terráqueo, sólo podía ser un personaje de ficción”. Pero no, Cansinos es un personaje real y su obra está esperando, por el bien de las letras españolas, su reconocimiento.
 Rafael Cansinos Assens, es uno de esos autores andaluces en los que la añoranza de su tierra natal y de Andalucía dejó amplísimo y profundo surco en su obra. Aunque abandonó Sevilla con quince años, en 1898 y se instaló de forma definitiva en Madrid, pocos escritores extrañados de su tierra le han dedicado tanta atención y obra al lugar de su natalicio, infancia y juventud. Cansinos Assens, «Correspondiente» desde 1915 de la Academia Sevillana de Buenas Letras, es autor de novelas como En la tierra florida o La santa niña catalina, que transcurren en Sevilla, u otras, como Los sobrinos del diablo y Las luminarias de Janucá donde la evocación andaluza es permanente. En novelas cortas como El manto de la Virgen, El hechizo del Sur lejano, La casa de las cuatro esquinas, y en numerosos cuentos, poemas, artículos, lo andaluz y sus gentes son protagonistas. En sus memorias, La novela de un literato, hay más de cien referencias a Sevilla. Como no podía ser menos, buena parte de su obra crítica presta especial atención a los autores del sur de España o escribe libros completos como Sevilla en la literatura: Las novelas sevillanas de José Más, o La copla andaluza.