miércoles, 1 de octubre de 2014

Fray Bartolomé de las Casas



Bartolomé de las Casas nació en la colación de San Salvador, en el centro de Sevilla, en una familia de panaderos, quizá de ascendencia judeoconversa y probablemente en 1484. Su andadura americana se inicia cuando en 1493 su padre fue a las Indias en el segundo viaje de Cristóbal Colón, con cuya familia se mantendría siempre muy relacionado el propio Bartolomé. En 1502 padre e hijo se integran en la expedición de Nicolás de Ovando, nuevo gobernador de la Española, y participan en la conquista de los cacicazgos orientales de la isla, que se habían alzado contra el poder colonial. A Bartolomé le movía, en esos momentos, un afán de riquezas, sed de aventuras y nuevas experiencias propias de un espíritu inquieto, pues en estas fechas sus intereses eran más bien económicos que religiosos.

En 1.506 regresó a Sevilla, donde recibió las órdenes sagradas menores al sacerdocio. En 1.507 viajó a Roma, donde completó su formación humanística y religiosa, ordenándose como presbítero. Regresa a la Española, donde dice la primera misa nueva de América y continúa con sus explotaciones, que pronto abandona para seguir a su amigo Diego Velázquez a la conquista de Cuba, allí será capellán de la compañía de Pánfilo de Narváez (1512-1514). Obtuvo por ello un repartimiento de indios en Canarreo, cerca de Trinidad, pero renunció al mismo el día15 de agosto de 1.514, día de la Asunción, a la edad de treinta años, pronunciando un sermón en el cual renunció a sus repartimientos públicamente.

Comienza entonces su lucha en defensa de los indios, compaginando desde este primer momento la integridad moral, la habilidad política y la osadía que siempre distinguirán sus actuaciones, a través de las diversas fases de su vida y obra: viaja a España y va a ver a Fernando el Católico para leerle un memorial sobre lo que estaba sucediendo en Cuba, primero de la larga serie de escritos de denuncias y de remedios con que azotará la corte durante toda su vida, pero los resultados fueron adversos a sus peticiones.

A la muerte del rey se entrevista con los regentes Cisneros y Adriano de Utrech y les dirige el Memorial de remedios para las Indias de 1516, un plan de reforma basado en la explotación agrícola por parte de labradores castellanos e indios libres. Por primera vez, y desde luego no la última, se concebía para América el plan de un mundo ideal que incluía minuciosos detalles sobre el establecimiento y regimiento de pueblos nuevos, con modos de producción capaces de asegurar la subsistencia de la comunidad y el pago de beneficios a la corona. La mera explotación del indio quedaba substituida por un período de evangelización e instrucción en técnicas agrícolas europeas, y por la fusión de las razas que resultaría de la convivencia. Este y otros dos proyectos más fracasaron.

Termina así su fase de promotor de empresas utópicas, con un profundo desengaño que le lleva a hacerse fraile dominico y recluirse en Santo Domingo, de donde saldrá para fundar el convento de su orden en Puerto Plata. Es quizá el período más sosegado de su vida, sin viajes transatlánticos ni intervención directa en los asuntos de Indias, y por lo mismo el más importante de su formación intelectual: estudia leyes y teología, y mantiene una creciente correspondencia con la corte y con amigos de España, siempre sobre asuntos relacionados con la defensa de los indios. A estas actividades añade entonces una de las que con más justicia le han hecho célebre: la de historiador; en Puerto Plata y hacia 1527 emprende una ambiciosa Historia de las Indias.

A finales de 1.534, fray Bartolomé y otros tres dominicos emprendieron un viaje al Perú para trabajar en defensa de los indios y fortalecer también las actividades de su orden. Una serie de dificultades impidió a Las casas llegar hasta su destino. En lugar de ello estuvo en Panamá, Nicaragua y México. En 1.536 viajó hasta Guatemala, en donde residió poco menos de dos años. Allí escribió una de sus obras más importantes: “Del único modo de atraer a todos los pueblos a la verdadera religión”. Intentó un nuevo plan de colonización, donde obtuvo un relativo éxito.

Volvió de nuevo a España en 1.540. Esta vez entró por Lisboa, y allí tuvo lugar otra de sus «conversiones»: los dominicos que le alojan en el convento de São Domingos le transmiten su preocupación por la trata de esclavos negros, para entonces más pujante que la de los indios. Lo que allí aprende sobre la captura de esclavos en las costas de Guinea le hace convertirse en enemigo de cualquier esclavitud, y en su Historia de las Indias no dejará de confesar con amargura el error de sus propuestas de veinte años antes. En Valladolid visitó al rey Carlos I. Éste, atendiendo a las demandas de Las Casas y a las nuevas ideas del derecho de gentes difundidas por Francisco de Vitoria, convocó el Consejo de Indias.

Como consecuencia de lo que se discutió, se promulgaron el 20 de noviembre de 1.542 las Leyes Nuevas. En ellas se prohibía la esclavitud de los indios y se ordenaba que todos quedaran libres de los encomenderos y fueran puestos bajo la protección directa de la Corona. Se disponía además que, en lo concerniente a la penetración en tierras hasta entonces no exploradas, debían participar siempre dos religiosos, que vigilarían que los contactos con los indios se llevaran a cabo en forma pacífica.
A Las Casas se le ofreció el obispado de Cuzco (Perú), muy importante en aquel momento, pero no aceptó, aunque sí aceptó el obispado de Chiapas (México) en 1.543, con el encargo de poner en práctica sus teorías. Residió allí durante dos años, para regresar definitivamente a España en 1.547.
En 1552, hizo su última gran aparición en público, al mandar imprimir en Sevilla su colección de Tratados, opúsculos de diverso contenido escritos en años anteriores: unos destinados a servir de guía a los misioneros, otros dirigidos a los gobernantes que en aquellos días habían de decidir si se reemprendían las guerras de conquista, interrumpidas desde el debate con Sepúlveda.

Aun viajando mucho, desde su regreso de Chiapas residía principalmente en Valladolid, primero en el convento de San Pablo, luego en el contiguo colegio de San Gregorio, desde donde continuó su actividad en pro de los indios americanos, escribiendo sin cesar epístolas y memoriales, obras jurídicas (De Thesauris) e históricas: le da a la Historia de las Indias la configuración en que hoy la conocemos, añadiéndole abundantes materiales extraídos de la biblioteca de Hernando Colón y de otras fuentes, y le desglosa las noticias de historia natural para constituir con ellos la monumental Apologética historia sumaria, obra con que inaugura la moderna antropología cultural. Se puede añadir además que la Historia de Indias, de las Casas, es el primer tratado de derechos humanos de la historia

Vive sus últimos años en el convento de Atocha de Madrid, donde muere el 18 de julio de 1566. Por decisión testamentaria, sus papeles deben quedarse en el colegio de San Gregorio de Valladolid y no ser leídos por extraños ni publicados hasta pasados cuarenta años de su muerte, cláusula que se cumplió sólo en parte, pues en 1571 Felipe II ordenó trasladar al Escorial todo el acervo lascasiano y ponerlo a disposición y cuidado de su cronista oficial, Antonio de Velasco. De este modo, su obra de historiador empezaba a marcar el camino a historiadores posteriores, aun sin ser publicada hasta 1874.

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